La reflexión es lo único que se puede aportar a aquello sobre lo que ya está todo escrito.
Aquí se habla de toros y de la vida, como en las viejas tabernas.

martes, 4 de agosto de 2015

VÉNDEME ESTE BOLI

Eso era todo lo que necesitaba decir el mítico corredor de bolsa de los años noventa Jordan Belfort (cuya vida fue llevada magistralmente al cine por Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio) para saber si un aspirante a trabajar en su multimillonaria empresa era o no apto para el puesto.
Véndeme este boli. Qué frase tan corta y aparentemente sencilla. Pues pocos, muy pocos, eran capaces de responder de forma convincente y de venderle ese boli a aquel excéntrico ricachón.
Jordan es muy consciente de que en la vida, por muy bueno que sea algo, si no se sabe vender a la sociedad, no tiene ningún valor y está destinado a desaparecer.

Nosotros, simples mundanos, tenemos un patrimonio histórico, artístico y cultural incomensurable que estamos dejando perder precisamente por no saber -o no querer- venderlo. Evidentemente, hablo de la tauromaquia, un bolígrafo de oro, heredado de generación en generación, por lo menos, desde el año 815 (fecha en la que la mayoría de historiadores sitúan al primer espectáculo puramente taurino formalizado).

No puedo evitar preguntarme por qué el toreo es tan difícil de vender y de comprar en la actualidad, y la respuesta es sencilla: porque los encargados de venderlo, algunos no saben y otros no quieren hacerlo. Tenemos argumentos de sobra pero no se muestran, no se hacen llegar a la gente. En definitiva, no se venden.

También me pregunto quienes son los encargados de vender este sagrado bolígrafo de cara a la sociedad, y no me cabe ninguna duda de que éstos no son ni los toreros, ni los ganaderos ni por supuesto los aficionados. Los únicos que pueden -y sobre todo deben- defender esto y convertirlo de nuevo en algo tan normal como necesario en nuestra vida, son sus dueños. Sí, ya sé que el toreo es del pueblo y para el pueblo, pero nos guste o no, tiene dueños, y no son otros que los que se lucran de él.
Hablo de los grandes empresarios taurinos, esos que explotan a toreros, asfixian a ganaderos e ignoran al aficionado. Esos que sólo están dispuestos a recibir y nunca a soltar pasta ni invertir en el futuro de su negocio. Total, qué más da. A esto le quedará tres días, pero en esos tres días nos vamos a llevar hasta los restos.

Existe otro boli, éste de plástico malo y que ni siquiera va cargado de tinta. Es el boli del antitaurinismo. Un boli que, sin embargo, se está vendiendo muy bien, y no precisamente por su calidad, sino por quienes y cómo lo están vendiendo.
Son poca gente que saben cómo hacer para parecer muchos, que conocen las técnicas de venta a la sociedad y los métodos de presión a los políticos. Gente respaldada por diversas organizaciones internacionales que persiguen su mismo fin, no por motivos morales, pues en sus países ni tan siquiera existe el toreo, sino movidos únicamente por el ánimo de lucro.

Para muchos de nosotros es ya un secreto a voces que este rollo animalista de los antitaurinos profesionales no es más que un negocio, cada vez más extendido y cada día más aceptado y apoyado por más personas que se tragan su discurso y que desconocen sus verdaderos fines.
Pero al fin y al cabo, no lo hacen mal. Tienen un negocio (por muy sucio que sea) y lo saben vender, mover y publicitar, siendo pocos y sin demasiados medios. Como buenos comerciantes, invierten dinero para acabar recogiendo más, saben encontrar financiación para su defensa y publicidad, y hasta crean partidos políticos para tener más fuerza dentro de las administraciones públicas.
También saben cómo convencer -o comprar- a los medios de comunicación (la fuente más poderosa de adoctrinamiento de masas) para que diseminen su mensaje -a veces de forma subliminal y otras de forma descarada- a diestro y siniestro.

¿Y qué hacemos nosotros? Nosotros nos reímos de los antitaurinos, o lo intentamos, con comentarios jocosos o fotos en internet, sin pararnos a pensar que son ellos los que se ríen de nosotros en silencio mientras ven como se van cerrando plazas de toros y como se van reduciendo festejos a pasos agigantados.

Esos peces gordos del toreo que deberían llevar años defendiéndolo y sobre todo vendiéndolo, se dedican a seguir con sus tejemanejes empresariales, como si nada de esto estuviera pasando, como si no se estuviera atacando a la tauromaquia, a su negocio.

Se me ocurren pocas cosas tan fáciles de vender como el toreo, un bolígrafo de la más alta calidad, cargado de verdad, emoción e historia, y que deja en el papel un trazo inigualable. Un boli capaz de hacer sentir al que con él escribe como si fuera el mismísimo Gabriel García Márquez, y algo que la sociedad lleva comprando compulsivamente desde hace cientos de años. Pues ni aun así son capaces de hacerlo, algunos por incompetencia y otros directamente por absoluta y vergonzosa dejadez. Una dejadez maliciosa, con premeditación y alevosía. Una dejadez insultante para los muchos millones de aficionados que les hacemos ricos.
Tienen los argumentos, tienen la forma y tienen los medios, muchos más que los del otro bando, pero ya sabemos que su misión es la de ganar y nunca la de invertir, gastar o arriesgarse a perder.

Todo esto ha propiciado la aparición de falsos gurús que intentan convencernos de que ellos son los elegidos para salvar la tauromaquia. Y lo hacen pidiendo la unión de los aficionados (como si no hiciéramos bastante sacando adelante este negocio sin ser escuchados ni respetados) y denunciando que los animalistas son financiados desde el extranjero -de forma lícita- y que están organizados para su causa. ¿Y si en lugar de denunciar esas cosas, instáramos al sector taurino a copiarlas?

Toreros, a torear (los que puedan). Ganaderos, a criar toros de lidia (los que les dejen). Aficionados, a llenar las plazas (los que puedan y quieran, cada vez menos). Empresarios, peces gordos, dueños del toreo... dejen de mirar para otro lado y de echarle la culpa de todo a la política, y pónganse ya a trabajar para defender su feudo y promocionar su negocio, y si no son capaces de hacerlo, paguen a los mejores para que lo hagan. Inviertan en su propio futuro y no dejen en la estacada a sus clientes que, dicho sea de paso, viven esto con mucha más pasión que ustedes mismos.
¡Vendan el maldito boli!

VÉNDEME ESTE BOLI

Alberto CH - @alberto_chps




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