La reflexión es lo único que se puede aportar a aquello sobre lo que ya está todo escrito.
Aquí se habla de toros y de la vida, como en las viejas tabernas.

domingo, 14 de diciembre de 2014

EL TORISMO Y OTROS CUENTOS TAURÓMACOS

“Soy torista” me dices mientras injurias a toros bravos por el simple hecho de no llevar a fuego en su piel uno de los hierros que a ti te gusta ver. Tremenda paradoja.
Me lo cuentas dándote golpes en el pecho mientras prejuzgas corridas que aún no están ni embarcadas y que tan ni siquiera has visto en fotografías.
El torismo es otra cosa.

El verdadero torismo (que afortunadamente existe) es saber apreciar la morfología y comportamiento del toro bravo siempre acorde a su encaste y procedencia. Es no pedir, sino exigir un toro íntegro y con presencia (que no kilos), y una variedad real de encastes y ganaderías en todas las plazas y ante todos los toreros, sean figuras o no.
Es poder valorar una faena basándose en las cualidades del cornúpeta, defectos y virtudes, y la solvencia y actuación del matador frente a éstas.
Ya lo dijo el maestro Chenel con su voz quebrada y su eterno cigarrillo entre los dedos: Para ser un buen aficionado, antes que torerista, hay que ser torista. Sólo así, entendiendo al toro, se será justo con los toreros.
Torismo es acudir al tendido sin prejuicios y con ganas de ver toros embistiendo, dejándose los riñones de apretar en el caballo y entregándose con todo en la franela.
Pero sobre todo, el torista es quien ama y respeta al toro bravo y el que lo proclama como verdadero protagonista del toreo junto a quien se pone con la verdad por delante para sacarle todo lo que lleva dentro.

Esos falsos toristas (por supuesto no generalizo) suelen tener la obsesión de que todos los toreros deben realizar aquello que ellos llaman “cargar la suerte”.
Y en efecto, así es, la pureza del toreo está en poder y someter al de los rizos y a ser posible ligando muletazos con la suerte cargada. El problema es su falsa acepción de este concepto.

¿Se puede cargar la suerte sin adelantar la pierna de salida? por supuesto que sí. “Cargar la suerte” no es sino apoyar el peso del cuerpo sobre esa pierna de salida, esté adelantada o no. Quede claro que esto no lo digo yo, humilde aprendiz de aficionado, sino los toreros y escribas de relevancia de todas las épocas del toreo.
Por supuesto, tiene más mérito echar esa pata adelante ya que se expone ante los pitones de una forma más arriesgada, pero también es mucho más difícil ligar los muletazos desde esa posición y llevarse al toro atrás, lo que se llama torear en redondo.


Morante de la Puebla ejecutando un natural de perfil con la suerte cargada, sin adelantar la pierna de salida pero con el peso del cuerpo sobre ella.
FOTO: El Mundo


 Tampoco hay que confundir adelantar la pierna de salida con atrasar la pierna de entrada, común en algunos toreros. De este modo se atrasa ligeramente la pierna por la que entra el toro y se deja la de salida en prolongación con el resto del cuerpo, y puede parecer que esté con la pata pa’ alante, y no es así.

Diego Urdiales al natural. Retrasa la pierna de entrada y deja la de salida en prolongación al cuerpo. Por supuesto, también está con la suerte cargada, al tener todo el peso del cuerpo gravitando sobre la de salida.
FOTO: Miguel Pérez - Aradros


Muchos de estos falsos puristas defensores de la pata alante  tienen siempre como comodín, como referencia en sus debates, a ese monstruo que marcó un antes y un después en el toreo. Hablo de Joselito (el original, el de principios del siglo XX). Esto supone también una paradoja, puesto que el rey de los toreros aunque en ocasiones toreaba adelantando la pierna, se caracterizaba precisamente por ejecutar el toreo en redondo, abriendo el compás pero de forma lateral o incluso retrasándola ligeramente para darle un mayor recorrido al muletazo y poder ligar con el siguiente con mayor facilidad y limpieza (algo que ya de por sí era muy meritorio con el toro de aquella época). Por supuesto, esto tampoco lo digo yo, sino la enorme cantidad de testimonios, textos y fotografías que podemos encontrar en las hemerotecas.

Joselito ejecutando una verónica a pies juntos de forma lateral.



Un tema verdaderamente preocupante es la falta de variedad de encastes y ganaderías en las plazas de toros.
Aplaudo a los verdaderos toristas, estos sí, que vienen reclamando esta pluralidad desde hace ya muchos años.
Afortunadamente, tenemos una cabaña brava muy diversa y sin embargo no dejamos de ver anunciados en los carteles las mismas ganaderías año tras año. Ganaderías que en su gran mayoría pertenecen a un mismo encaste que está siendo sobreexplotado por petición expresa de los mandamases del toreo. Ganaderías que están degenerando las propias raíces de sus animales buscando fundamentalmente dos cosas: aumentar el tamaño de sus toros, sacándolos así de tipo, para poder torear en las plazas importantes que hoy así lo reclaman de forma absurda (en detrimento de su morfología natural) y un exceso de nobleza y entrega fácil para el “buen desarrollo” de la tauromaquia moderna (en detrimento de la bravura, base fundamental del toro).

Para apaciguar un poco el enfado de los más puristas, siempre tenemos esas pocas ganaderías comodín que sí mantienen la bravura, fiereza y morfología de sus bureles. El problema es que son pocas y siempre las mismas, por lo que siguen sin sumar lo suficiente a esa diversidad real que los aficionados demandamos. Además, los toros de estas pocas ganaderías de encastes minoritarios afortunadas por estar presentes en nuestras plazas, son siempre lidiados por los mismos toreros, relegados a un segundo circuito (aunque esto tampoco es nada nuevo).

¿Dónde quedaron esos tiempos en los que las figuras del toreo lo eran entre otras cosas por matar de todo y demostrar así tal título? ¿Dónde quedaron TOREROS como don Antonio Ordóñez que cuando daba una alternativa solía exigir ser él quien diera la confirmación al mismo torero en Madrid pero con una de Pablo Romero para así darle o no el visto bueno?
Yo no creo que a ninguna figura actual se le haya regalado nada, pero sí que deberían demostrar su condición lidiando todos los encastes que pueblan nuestras dehesas. Algo que en el toreo pretérito era más que una obligación. Algo que deberían hacer no sólo por mantener la biodiversidad de la cabaña brava, sino como acto de amor propio, de figura del toreo y porque nos lo deben a todos los aficionados que pasamos religiosamente por la taquilla.

Entiendo que los tiempos cambian y la tauromaquia no iba a ser menos.
Recuerdo que hace años me llamó mucho la atención un tema que salió a la luz y que puso a temblar a muchas marcas de cacharros tecnológicos.
Hablo de la famosa obsolescencia programada, una técnica industrial basada en fabricar todo tipo de dispositivos y piezas con una fecha de caducidad programada para así asegurarse unos altos ingresos en el servicio técnico de sus empresas y en la renovación de los productos por parte de sus clientes.

A inicios de los ochenta, mi honesto y santo padre pudo comprar con mucho esfuerzo, sacrificio y trabajo un modesto coche nuevo. Se trataba de un Seat 127 Fura 900 CL. Un vehículo cuyas prestaciones hoy nos darían risa pero que sin embargo fue capaz de llevar a los cuatro miembros de mi familia innumerables veces de viaje por aquellas viejas y complicadas carreteras desde tierras castellanas hasta Andalucía. Y Despeñaperros para arriba, Despeñaperros para abajo, nunca dio un solo fallo en las casi dos décadas que estuvo bajo sus mandos.
Eran otros tiempos en los que las cosas se fabricaban para que durasen, para que el cliente estuviera orgulloso de haber gastado su dinero en esa marca concreta. Tiempos en los que cada fabricante mantenía su esencia y buscaban la calidad y la fiabilidad.

Me pregunto si no está ocurriendo esto mismo en algunas casas ganaderas, la obsolescencia de la casta. Que sí, que la casta existe y no es otra cosa que la bravura y la fiereza que corre por la sangre de los animales de lidia.
A todos nos gusta ver un toro viniéndose de lejos, obedeciendo los toques, embistiendo con el hocico abajo queriéndose comer las telas, con recorrido, y con cierto punto de nobleza, pero todo esto carece de sentido, y sobre todo de emoción, con la ausencia de la casta.
Lo peor es que esta obsolescencia parece ser una imposición, una obligación para todo ganadero que pretenda seguir teniendo un negocio mínimamente rentable. Los que no pasan por el aro y prefieren ser fieles a la esencia del toro bravo en general y a la de su encaste en particular, con suerte les tocará lidiar unas pocas corridas en ese mal llamado segundo circuito, mandar muchos de sus toros a las calles, y en el peor de los casos ser carne de matadero hasta su extinción.

Falsos toristas que, algunos por conveniencias particulares y otros por adoctrinamiento, insultan a todo lo que huela a Domecq o a figuras del toreo, están ustedes muy lejos de mejorar nuestra Fiesta.
Verdaderos puristas, tienen todo mi apoyo y agradecimiento por luchar de forma incansable por la vuelta de esa indispensable diversidad, esa imprescindible emoción y el verdadero toreo, ese que se viene cayendo a pedacitos desde hace ya bastante tiempo.
Ganaderos, apuesten por  la clase, la entrega y el aguante de sus animales, pero no se olviden de la casta, la base fundamental de esos animales que ustedes crían.

El éxodo de aficionados de las plazas es un hecho mucho más fehaciente que aquel de los hebreos huyendo de Egipto en el siglo XIII a.C. El problema es que aquí no tenemos un salvador que nos guíe ni una tierra prometida a la que exiliarnos.
A tiempo están de frenarlo, si es que quieren…

Alberto CH - @alberto_chps







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