Siempre es triste la retirada
forzosa de un torero, de un artista que no encuentra su sitio o ve que no
quieren dárselo para poner en su lugar a otros con mejores padrinos y peores
condiciones para hacer eso tan difícil y que hoy se le llama a cualquier cosa,
eso que se llama TOREAR.
He esperado un tiempo prudencial antes de escribir estas
reflexiones para poner en orden mis ideas, para tirar de archivo y sobre todo
de memoria y para no dañar la susceptibilidad de algunos fans incondicionales
-que no aficionados- como los que me insultaron en público y en privado por dar
una simple opinión desde el respeto sobre el tema.
Antes de que vuelvan a lapidarme y arrojarme a los perros,
he de aclarar que eso de “hipocresía” no va por el torero, al menos de momento.
Hipócritas sus compañeros
que se lamentan de su marcha con un simple mensaje redactado y enviado por su
gabinete de prensa y que antes no le abrieron carteles, hipócritas aquellos periodistas taurinos que hoy escriben
de él como si fuera el mismísimo Manolete resucitado y que antes pocas veces o
nunca se habían dignado a escribir unas líneas sobre él, hipócritas los aficionados que ahora hablan de él como
un monstruo del toreo imprescindible en nuestra Fiesta y que nunca le
reclamaron en las ferias cuando no estaba anunciado. Pero sobre todo,
hipócritas esos ruines empresarios
que un día le utilizaron como moneda de cambio, como una pieza de su puzzle
para crear carteles baratos y que ahora le dan su mano y le muestran sus
respetos.
Dice Leandro que se va de esto por honestidad y dignidad
(cosa que no dudo). Porque no está dispuesto a pasar por el aro sin que sigan
sin valorarle como lo que es, un artista. Me parece una decisión razonable,
lógica y honrada.
Foto: Fermín Rodríguez |
De Leandro Marcos me quedo con su plasticidad, su estética,
su gusto y su torería. Es -o era- un torero diferente y eso nunca viene mal.
En mi opinión en su cabeza y en sus muñecas tiene -o tenía-
al ARTISTA, pero le falta -o le
faltaba- la otra pieza del tándem del torero completo: el GUERRERO.
Ese guerrero que proporciona la ambición, la necesidad de
arrimarse y de estar por encima de cualquier toro. Ese guerrero que dice que en
las plazas importantes sólo vale triunfar, sin excusas, plazas donde sólo hay
dos salidas posibles para todo aquel que quiera ser figura del toreo: la puerta
grande o el hule.
A él se le escaparon casi tantas oportunidades como le
dieron (que no fueron pocas) y su espada era más que preocupante. Dejó momentos
de toreo caro, muy caro, pero si no se remata, si no se pega un manotazo en la
mesa y se pone una plaza boca abajo cuando hay que ponerla, eso sólo sirve para
dejar bellas estampas en las fotos y en la memoria. Suena duro, pero esto es
así. Nadie dijo que esto del toro fuera fácil (salvo si tienes buenos padrinos
y un público -que no aficionados- rendido a tus pies y a tu espectáculo).
Paradójicamente, hubo un tiempo en el que Leandro sí tuvo
buenos padrinos, los Chopera entre otros, pero algo me dice que esto le
perjudicó más que beneficiarle.
Con 33 años de edad y 12 de alternativa, dice adiós a su
carrera profesional como matador de toros con un comunicado cargado de
argumentos sin rematar, soltando algún tirito (más que merecido) a este injusto
y convenido sistema que rige el toreo y que sólo busca el dinero, aunque para
ello haya que vender y premiar la mediocridad y echar a la calidad. Nada nuevo.
Decía antes que eso de “hipocresía” no iba por él pero
puntualizaba “al menos de momento”. Me explico. Si tras sufrir en sus carnes el
desprecio y los sucios tejemanejes de este perverso sistema decide seguir
inmerso en él aunque no sea como matador de toros, cosa más que probable, me
parecerá un acto de hipocresía de un torero y un hombre que ha demostrado ser
íntegro y honesto con esta dura y difícil decisión.
Haga lo que haga SUERTE,
torero.
Alberto CH - @alberto_chps
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