Estamos en Febrero, mes importante para el toreo y para
todos los aficionados.
Recién terminada la feria de Valdemorillo, la primera con
cierta importancia de la temporada, llega el movimiento, la ilusión -o
desilusión- por ver cómo se van confeccionando los carteles por parte de las
diferentes empresas. Llega el momento de los rumores, de las críticas y de las alabanzas
por la temporada que se avecina.
Sí, he tildado a Valdemorillo como ciclo de cierta
importancia a sabiendas de que es una plaza de pueblo (dicho sea con todos los
respetos), pero es una feria que a veces, y sólo a veces, sirve como lanzadera
para algunos buenos toreros que se pasan los días, las semanas y los meses entre
sus duros entrenamientos, la vigilancia constante y ansiosa de su teléfono esperando
alguna oportunidad y la impotencia de ver desde el sofá de su casa una y otra
vez a muchos toreros con menos y peores condiciones que ellos, pero con mejores
padrinos.
Este año hay pesimismo
en el ambiente. Un poco más, si cabe.
La vuelta de toreros a los que ningún aficionado ha llamado
ni ha echado de menos, la creación de la FIT, esa pócima mágica que prometía
salvar la tauromaquia a base de euros y pesos mexicanos. Esa panacea que iba a
apostar por el futuro y que sin ni siquiera haber dado aún un solo festejo, ya han
demostrado quienes son y qué quieren: el monopolio y el control absoluto de
nuestra Fiesta, cada vez menos nuestra y cada vez menos Fiesta.
No podían faltar tampoco los antitaurinos adoctrinando a la
sociedad desde asociaciones y partidos políticos con sus más que conocidas mentiras
mil veces repetidas. El problema es que cada vez tienen mayor efecto y
credibilidad, seguramente por su difusión creciente en esos medios de
comunicación vendidos al mejor postor.
Y es que los españoles y los latinos en general somos únicos
renegando de nuestra propia cultura, avergonzándonos y acomplejándonos de
nuestras raíces y de nuestras tradiciones.
Todo esto me ha quedado más claro aún tras haber podido
participar en un humilde pero, para mí, valioso proyecto.
Les cuento. Tengo una amiga que trabaja en un instituto de
Canadá como profesora de español y tutora de un grupo de alumnos que rondan
entre los 17 y los 19 años, una edad en la que se terminan de forjar los
ideales, los principios y las aficiones.
Hace unos meses les propuso sacar a debate un tema a elegir por los
pupilos que esté relacionado con la lengua que ella les enseña. Para su
sorpresa (y la mía) decidieron que ese tema sería la tauromaquia.
Canadá es un país con unas férreas leyes (morales y
jurídicas) de protección animal, muy asimiladas y transmitidas de generación en
generación. Cualquiera que haya visitado ese país norteamericano sabrá que una
mascota o un animal salvaje tienen prácticamente los mismos derechos que un
ciudadano. Todo apuntaba a que ese debate iba a acabar convirtiéndose en una
cascada de críticas y acusaciones hacia el noble arte de Cúchares, pero no,
porque en los principios de los canadienses (y de todos los habitantes de
países moralmente desarrollados) también está la protección de su patrimonio,
su arte y su cultura, tan importante para ellos o más que sus marcadísimos
ideales de protección animal.
Mi amiga no es aficionada a los toros y por eso decidió
pedirme ayuda para poder moderar y guiar ese debate. La única condición (para
mí, muy acertada) era la de no interferir demasiado, dejar que fueran ellos los
que sacaran conclusiones por sí mismos.
Le hice un pequeño guión, unas directrices: empezar por la
base (la crianza del toro bravo y la preparación de aquellos que sueñan con ser
toreros) para poco a poco, ir llegando hasta el final, la lidia en la plaza.
Además le envié algunos artículos y fotografías que le pudieran servir como
apoyo y me puse a su disposición para responder a todas las dudas que pudieran
surgir durante el proyecto (que no fueron pocas).También le pedí que para que
fuera algo totalmente imparcial, instara a sus alumnos a no buscar la
información en páginas webs de carácter antitaurino, y así lo hicieron.
Todos se pusieron manos a la obra y empezaron a investigar y
aportar material por su cuenta, y quedaron entusiasmados con la crianza del
toro bravo, nuestras dehesas, el tiempo, dinero, amor y sacrificio que dedican
los ganaderos, mayorales y vaqueros a criar a sus animales, igual que les llamó
mucho la atención la disciplina, el sacrificio y el valor de todos esos
chavales aspirantes a convertirse en toreros.
También se sintieron muy atraídos por la liturgia y el
misterio que rodea al toreo y comenzaron a asimilarlo como arte y cultura y no
como un simple espectáculo de masas.
Bien avanzado el debate (duró varias semanas), habiendo seguido esas pautas y
habiendo aportado todos información recogida por ellos mismos, llegaron las
conclusiones.
Por supuesto, no todos comprendieron la necesidad de la muerte
del animal, pero mostraban su opinión con absoluto respeto y precaución.
Para mí, lo más interesante llegó cuando la profesora les
dijo que en España e Hispanoamérica hay gente que trabaja por la prohibición y
la abolición de la tauromaquia y que en algunos lugares se había conseguido.
Les costaba creerlo. Todos, incluídos los que no comprendían
del todo y no estaban de acuerdo con el sacrificio del toro, se mostraron en
contra de la prohibición. Cuentan que para ellos nuestra tierra es conocida por el toreo y que ellos jamás
consentirían que en su país se censurase un arte que es su signo de identidad,
les gustara o no.
Ya ven, parece que a 7.000 kilómetros de distancia respetan
más nuestras propias tradiciones y nuestra propia cultura que nuestros vecinos
de escalera.
Sé que esto es una simple anécdota, algo sin ninguna
trascendencia y de poca importancia, pero para mí ha significado algo más. Lo
he visto como un experimento que demuestra los prejuicios que en nuestro propio
país se les crea a nuestros jóvenes sobre nuestra afición. Esta experiencia me
ha demostrado empíricamente lo que ya sospechaba: sin esa información
contaminada y malintencionada que dan los antitaurinos, sin esta moda absurda
de renegar y avergonzarnos de lo que es nuestro, sin esta costumbre de no
respetar y pisotear las aficiones que no compartimos, habría muchos más jóvenes
aficionados al toro.
Como dato diré que uno de los alumnos canadienses viajará
este mismo año a España para conocer de primera mano el campo bravo y el toreo.
Antes del proyecto, sobre toros sólo sabía que existían, y ahora se ha
convertido en un entusiasmado taurómaco y proyecto de aficionado.
Si esto se ha conseguido tan sólo informándoles de forma
imparcial y animándoles a buscar información por sí mismos en un país tan
lejano y animalista, imaginen lo que se podría conseguir dentro de nuestras
fronteras con una buena promoción y una sólida difusión de la tauromaquia entre
nuestros jóvenes.
También deberíamos progresar,
haciendo justamente lo que esos adoctrinadores y adoctrinados antitaurinos entienden
por ese término: alejarnos del prejuicio, conocer por nosotros mismos algo
antes de criticarlo y entender que el arte y la cultura así como los signos de
identidad de nuestra nación están muy por encima de nuestros propios gustos y
opiniones personales.
Si se quiere hay
futuro, y mucho.
Alberto CH - @alberto_chps
Qué bonito post, siempre habré de felicitarte, por cómo lo haces y hacer que alguien lejano a tu tierra le entre la curiosidad, quizá un aficionado más :)
ResponderEliminarQuién sabe si será un buen aficionado... Ojalá.
ResponderEliminarPara mí, lo interesante y lo bonito fue la experiencia.
¡Muchas gracias!