La reflexión es lo único que se puede aportar a aquello sobre lo que ya está todo escrito.
Aquí se habla de toros y de la vida, como en las viejas tabernas.

lunes, 24 de noviembre de 2014

TEMPORADA ¿QUÉ?

Grande. Temporada Grande se llama ese mítico ciclo de “corridas de toros” que cada invierno concurren en el coso de Insurgentes.
Y el nombre no está mal puesto del todo: la plaza es grande (inmensa), también lo es la puesta en escena de aquel espectáculo, el nombre de muchas figuras que en él participan, la difusión que se le da a nivel nacional e internacional. Grande es la ilusión de muchos aficionados que pisan los tendidos de La México para presenciar aquello. Pero sobre todo, grandes son los beneficios económicos que esa temporada deja en las arcas de la empresa y en las de muchos de sus toreros actuantes.

Allí todo es grande menos el verdadero protagonista, el que da nombre a esta sagrada Fiesta y ése que es o debería ser el centro de atención de todo buen aficionado que se precie, el toro.
Y no hablo de kilos, ni tan siquiera de tamaño (aunque también podría), hablo de edad, de presencia, de seriedad, de eso que llaman trapío y que tan difícil es encontrar por las plazas de nuestro país hermano. Hablo de integridad, de casta, de bravura, de fuerza, de fondo. Hablo de lo que a todos evoca en nuestra mente cuando se nombra a un toro bravo.

Cada vez que se abre la puerta de chiqueros de la plaza capitalina, no sólo sale un toro (o como ustedes quieran llamar a aquel animal) por lo general excesivamente terciado, cornicorto (o mejor dicho cornicortado), manso y con las fuerzas justas para mantenerse en pie; también sale, o se escapa, afición a chorreones. Afición e ilusión de muchos que fueron a ver una corrida de toros y se encuentran con aquel despropósito.
Salvo pocas excepciones, ya sabemos lo que allí ocurrirá: “toro” distraído de salida, rehuyendo de todo engaño y cuyo paso por el caballo es puro trámite, embistiendo a la franela (con suerte) con lentitud y desgana pavorosas mientras lucha por no doblar las manos.

Algunos me dirán el maldito y manido tópico: es que el toro de México es así. No, así no es el toro de México. Así es el “toro” que empresarios, veedores, toreros y ganaderos deciden sacar a la palestra en el país azteca con el consentimiento de las autoridades y de ese público que, cada vez menos, puebla aquellos tendidos y que en definitiva es quien financia aquella farsa (hagamos un poco de autocrítica y asumamos nuestra parte de responsabilidad).
Es muy difícil torear tan despacio y tiene mucho más mérito del que le dais, me dirán otros. Entiendo la dificultad y el peligro de pegar pases a un bicho que te pasa por los muslos al ralentí, pero no olvidemos que en este caso ese ritmo no lo marca el torero, sino el toro (por su flojeza, principalmente), y a mí no es algo que me emocione ni me cause una sensación de riesgo, factor fundamental para que esto que llamamos “Fiesta de los toros” tenga algún sentido. También respeto a todo aquel que se pone delante, pero oigan, ustedes tienen bagaje, técnica, valor y talento como para ponerse con algo mucho más serio e importante. Tengan también la dignidad de exigirlo.

No sé muy bien en qué momento de la historia aquello pasó de ser la plaza de TOROS más grande del mundo a ser el circo o lugar de celebración de espectáculos banales más grande del planeta.
Me pregunto qué legado dejaron en México toreros como Rodolfo Gaona, Pepe Ortiz, David Liceaga, Fermín Espinosa “Armillita” (el de verdad), Lorenzo Garza, Luis Castro “El Soldado”, Silverio Pérez, Luis Procuna, Alfonso Ramírez “Calesero” o más recientemente David Silveti. Tanto valor, tanta verdad, tanta sangre… ¿para esto?


Noviembre de 1944. Plaza "El Toreo" (México D.F.)



Este año me juré a mí mismo no ver, oir ni leer nada sobre lo que acontecía en esa llamada Temporada Grande, y a ser posible de ninguna otra plaza de México (ya ni aquel reducto de trapío y casta que significaba la plaza de Nuevo Progreso, en Guadalajara, me interesa); y es justo cuando Canal Plus Toros decide (creo que acertadamente) comprar los derechos de retransmisión y conectar cada domingo con Unicable para ofrecernos aquellas “corridas” también en España, y al final este veneno que corre por nuestras venas y que llamamos afición me hace trasnochar para verlo. La que me has liado, Hugo Costa.
Y lo que veo es toda esa farándula antes contada mientras oigo a un tal Murrieta narrando todo aquello de una forma un tanto penosa. Jamás había escuchado a alguien hablar tantísimo sin decir absolutamente nada, tapando descaradamente los más que evidentes defectos de los bovinos y de muchos de los toreros actuantes. Le acompañan entre otros una tal Carolina Morán (cuyo principal mérito es haber sido Miss no sé qué) haciendo extrañas entrevistas totalmente vacías de interés y despidiendo cada conexión diciendo adiós con la manita a modo de quinceañera, curioso, aunque actitud muy acorde con ese espectáculo de todo menos serio allí montado para despedir cada semana.

Hace dos domingos asistió a la “corrida” Martín acompañado de tres amigos para disfrutar de la tarde de toros porque, según ellos, a los toros se va a divertirse y a pasárselo bien. Allí estaban en su segunda fila de la barrera de sombra disfrutando de sus cervezas, sus aperitivos y sus chistes, dispuestos a increpar a todo aquel que se le ocurriera criticar cualquier cosa que aconteciera en la arena. Que aquí se viene a disfrutar, hombre.
Justo frente a ellos estaba José Luis, mucho más arriba, en el segundo tendido de sol porque tras haber hecho más de 700 kilómetros para cumplir su sueño y asistir a una corrida en la que creía que era la plaza más importante de América, no le quedaban muchos pesos para su boleto.

Inicia el paseíllo y ese famoso y rotundo OLÉ retumba en cada rincón de La México. A Martín y sus amigos se les pone la piel chinita como dicen por aquellos lares y brindan entusiasmados. A José Luis el OLÉ le pilló revisando atentamente el programa de mano y no le emocionó demasiado. En ese momento se sintió fuera de lugar ante tanta emoción. Le hicieron llegar a pensar que era un aficionado un tanto insensible.

Precisamente ese día es el único en el que he visto a alguien intentar torear de verdad, pegar algún natural desde el sitio, algo que se agradece entre tanto populismo y tanto abuso de poder por parte de los toreros hacia los “toros”. Y digo intentar porque lo que le pusieron delante no servía ni para carne. Hablo de Fermín Rivera, un joven al que dicen que no dan muchas oportunidades, y cuando se las dan no le echan algo digno y decente ante lo que demostrar su buen concepto, su personalidad y su seriedad. No sé, eso dicen…
Aquella tarde acabó con el indulto de un toro de Villa Carmela por parte de Juan José Padilla tras una faena en la que el animal se movió mucho (aunque de forma extraña y descompuesta) y demostró cierta nobleza pero sin verdadera entrega y ni una sola gota de casta ni bravura. Para colmo, se trataba de un toro de regalo, que esa es otra, la dichosa manía de intentar comprar el triunfo cuando no lo han conseguido ya en su lote correspondiente y ordinario.
 Para mí Padilla estuvo simplemente en Padilla, como aquel al que llamaban “El ciclón de Jerez” y basaba sus faenas en valor, ambición y espectáculo. Él no engañó a nadie, ese es su concepto y eso es lo que dio. Sin embargo, en ningún momento obligó al toro por abajo. Si unimos esto a que en el caballo (principal vara de medir la bravura) simplemente pasó por allí, sus vulgares condiciones y que era de regalo (ni siquiera tendría que haber salido al ruedo) nos topamos con un indulto vergonzoso en una plaza que un día tuvo prestigio.

Al final de la corrida Martín y sus amigos derramaban la cerveza de la alegría, habían vivido un momento histórico, todo era una inmensa fiesta, el más absoluto éxtasis.
Frente a ellos, José Luis lo que derramaba era una lágrima de ver como en la que le juraron que era la plaza más importante de América acababan de mandar al campo a un toro manso mientras el populacho jaleaba a un torero que cruzaba la plaza a hombros ondeando una bandera pirata.

De haber ido yo a la corrida (cosa muy improbable) seguramente me habría sentado junto a José Luis. Él no volverá nunca más, y yo por supuesto tampoco lo haría. Herrerías y su gente ya han perdido a otro aficionado y cliente (aunque poco les importa). Que tengan cuidado, que así, poquito a poquito, se acaba con esto.
Recomiendo lean el artículo de Jaime López (@ALCOBENDAS82) en el blog Banderillas Negras pinchando en este enlace: "La México camina hacia Barcelona"

Bienvenidos un año más a la Temporada Grande, pónganse cómodos, aplaudan mucho y, sobre todo, disfruten de esta fiesta que beneficia a todos menos a la verdadera afición a los TOROS.

Alberto CH - @alberto_chps




No hay comentarios:

Publicar un comentario